Los políticos, los comunicadores, los intelectuales, los militares, los clérigos, los empresarios, en fin, mucha gente, tal vez la mayoría del pueblo dominicano considera que en la República Dominicana residen hoy más de un millón de haitianos.
En realidad, nadie tiene un número exacto, pero estos inmigrantes se ven en casi todas partes y la percepción común indica que son muchos.
La mayoría de ellos son hombres jóvenes, de entre 15 y 40 años. Los vemos ejerciendo de fruteros en las esquinas de la ciudad capital, de jardineros en los hoteles de playa, de guachimanes en las residencias privadas y torres de apartamentos, de obreros en la industria de la construcción, de arrieros en zonas ganaderas, de peones conuqueros en los campos, de recogedores de tabaco en el Cibao, de jornaleros en las fincas de Constanza y en el Valle del Cibao y la Línea Noroeste, de vendedores de periódicos.
Algunos ya son chóferes de carros públicos, otros han empezado a manejar moto-conchos, muchos son lava-carros, una multitud aparece en las esquinas de las grandes ciudades limpiando vidrios, y vendiendo tarjetas telefónicas, así como dulces y chucherías, otros muchos son pordioseros en las grandes avenidas de la capital y de Santiago, casi siempre mujeres y niños.
Estos son quizás los más visibles, pero también debemos mencionar a más de cuatro mil estudiantes universitarios, a un número indeterminado (también de varios miles) de escolares, y a varios cientos de profesionales y empresarios que se han instalado en la República Dominicana buscando un mejor destino para ellos y sus familias, como hacen casi todos los emigrantes.
La inmigración haitiana ya no es lo que era pues hoy estamos en presencia de un proceso de formación de una comunidad haitiana transnacional en la República Dominicana, algo que nunca antes había ocurrido.
En efecto, mientras no hubo posibilidades de comunicación fluida entre una parte y otra de la isla, y mientras no hubo una masa suficientemente grande de inmigrantes haitianos residiendo o circulando en la Republica Dominicana, no era posible la formación de una sociedad transnacional haitiana en este país.
En otras palabras, este fenómeno no era posible antes de terminar el siglo XX pues entonces la frontera estaba virtualmente cerrada, el comercio entre ambas partes de la isla era muy limitado, la estructura de las comunicaciones era muy deficiente, y los haitianos que residían en el país no tenían muchos medios para moverse de un lado a otro de la isla ni comunicarse frecuentemente con sus familiares y amigos y sus redes sociales originales.
En estos últimos veinte años, y particularmente durante esta última década, la República Dominicana ha experimentado una verdadera revolución en la estructura de sus comunicaciones, de tal manera que hoy hemos alcanzado la cifra de un teléfono por cada habitante del país, y sabemos que de cada diez teléfonos por lo menos siete son celulares.
Esa revolución se ha ido extendiendo hacia Haití y ha estado cubriendo a una parte significativa de la población inmigrante que, por las razones que explicamos anteriormente, también tiene la posibilidad de comunicarse frecuentemente con sus redes sociales originales.
Los dominicanos hemos ampliado y mejorado sustancialmente las carreteras y otras vías de comunicación, como los caminos vecinales, algunos de los cuales conectan directamente con la línea fronteriza.
Asimismo, los vuelos entre Puerto Príncipe y Santo Domingo se han multiplicado, y los mercados fronterizos de Dajabón, Tilorí, Elías Piña, Jimaní y Pedernales son hoy grandes centros de intercambio de bienes que, en conjunto, mueven centenares de millones de dólares cada año, e involucran decenas de miles de personas.
Estos factores están permitiendo que los haitianos que viven hoy en la República Dominicana puedan poner en práctica estrategias de adaptación muy similares a las que han desarrollado los dominicanos en los Estados Unidos.
Esto significa que, al igual que los dominicanos en Norteamérica, los haitianos que se han establecido en la República Dominicana están reconstituyéndose en comunidades y otras entidades sociales que les permiten conservar y practicar sus costumbres, su religión, su lenguaje, sus rituales, sin importar que hayan cambiado su lugar de residencia ni su status legal.
Su amplia movilidad circulatoria también les permite comunicarse directamente con sus parientes y sus grupos sociales en su país de origen, intercambiar bienes, enviarles remesas, recibir parientes, y reunificar gradualmente sus familias en el nuevo entorno social de la sociedad recipiente, en este caso, la sociedad dominicana.
Debido a los cambios en las políticas dominicanas de migración, desde el año 2000 hasta la fecha, hoy los haitianos se trasladan con facilidad relativa a su país, aunque también enfrentan dificultades coyunturales.
Estos nuevos inmigrantes mantienen vínculos políticos tanto en sus comunidades de origen como a escala nacional, y asimilan selectivamente aquellos rasgos de la sociedad dominicana que les sirven funcionalmente para sobrevivir, para encontrar un nicho en el mercado laboral, para ahorrar, educarse, trabajar y retornar a su país cada vez que lo deseen.
La gran novedad y la gran diferencia de la nueva inmigración haitiana en relación con la que tuvo lugar a la vuelta de los siglos XIX y XX, es que esta inmigración no busca la asimilación, pues ya no la necesita ni está obligada a asimilarse a la sociedad receptora. Asimismo, la sociedad dominicana tampoco le exige asimilación.
La nueva inmigración haitiana a este país, como la dominicana en los Estados Unidos, busca la transnacionalidad, la explotación de las oportunidades disponibles para aprovechar lo mejor o lo menos malo de ambos mundos.
El oportunismo transnacional de los modernos migrantes es quizás el rasgo definitorio de estas nuevas sociedades que se están desarrollando en muchos países, incluyendo Haití y la República Dominicana. Veamos varios ejemplos.
Los dominicanos quieren que sus mujeres vayan a los Estados Unidos a dar a luz para que sus niños sean ciudadanos norteamericanos. Los haitianos quieren lo mismo cuando envían o permiten que sus mujeres vengan a dar a luz a los hospitales dominicanos.
Los dominicanos desean gozar de la doble nacionalidad, dominicana y estadounidense para sacar ventajas de ambos países, los haitianos no quieren dejar de ser haitianos, pero desean ser documentados y aceptados como residentes en la República Dominicana, aun cuando su entrada al país se haya realizado sin cumplir con los procedimientos legales.
Los dominicanos desean participar en la política de su país aun cuando sean residentes legales en los Estados Unidos. Los haitianos también desean lo mismo (aunque esto merece un estudio más particular).
Los dominicanos quieren ir a los Estados Unidos a gozar de un trabajo seguro, bien remunerado. Los haitianos que vienen a la República Dominicana también quieren lo mismo.
Los dominicanos se empeñan en aprender inglés para funcionar más eficientemente en la sociedad norteamericana. Los haitianos se dedican a aprender español lo más rápidamente posible con los mismos objetivos en mente.
Los dominicanos desean que sus hijos sean aceptados y educados en las escuelas de los Estados Unidos. Los haitianos buscan lograr lo mismo en la República Dominicana.
En fin, los dominicanos hemos logrado desarrollar gradualmente una sociedad transnacional que circula de norte a sur entre los Estados Unidos y Repú- blica Dominicana. Los haitianos también lo han hecho con los mismos Estados Unidos y Canadá, y lo están haciendo con la República Dominicana en estos mismos momentos. El flujo en ese caso es de oeste a este.
El proceso es nuevo y todavía es muy temprano para saber a dónde conducirá pues a diferencia de los Estados Unidos, en donde los dominicanos son una minoría dentro de la gran minoría latina o hispánica, en la República Dominicana los haitianos son una minoría creciente que, según los estimados más educados ya anda por el diez por ciento de la población nacional.
Al igual que los dominicanos en Norteamérica, los haitianos que se han establecido en la República Dominicana están reconstituyéndose en comunidades y otras entidades sociales que les permiten conservar y practicar sus costumbres, su religión, su lenguaje, sus rituales, sin importar que hayan cambiado su lugar de residencia ni su status legal.
A diferencia de los Estados Unidos, en donde los dominicanos son una minoría, en la República Dominicana los haitianos son una minoría creciente que, según los estimados más educados ya anda por el diez por ciento de la población nacional.