Santo Domingo
La disciplina y el profesionalismo lograron ambientarse en el temperamento de “La Soberana”, gracias a la forma inteligente que el maestro Don Luis Rivera logró improvisar en ella, luego de sobreentender lo difícil que era tradicionalmente producir un matrimonio ejemplar lleno de amor, comprensión, consideración, respeto y sobretodo, una gran admiración y sin rivalidad entre ambas personalidades artísticas.
Don Luis Rivera, con su basta experiencia, protagonista y pionero (entre los de esa inolvidable época) de la etapa artística caribeña más destacada de Latinoamérica en Cuba y Méjico, asimiló su inevitable estada en la República Dominicana, luego de 14 años de ausencia, encontrando la expresión artística y personal de Casandra, todo un volcán de talento e inquietudes incontenibles e insatisfechas por las circunstancias del medio, pero adaptándose al ambiente de entonces, el cual también reunía unas características especiales y llenas de categorías, de competencias y valores, que lograron aquilatar la plaza como una de las principales y apetecidas de América.
Ese conjunto de condiciones y hasta antagonismos lograron formar en Casandra el reto que la llevó a romper lo tradicional.
La plaza la lideraba la Voz del Yuna y más adelante La Voz Dominicana, más allá la vida era más limitada, no habían muchas alternativas, medios, etc., y lo que existía era tan ínfimo, limitado, soterrado, que no constituía un ente de competencia.
En su vida privada, la Soberana soñaba, soñaba con un mundo de ilusiones que siempre se anidó en ella desde su niñez, llena de escenarios, luces y alimentado por una familia grande de nueve hermanos, cada cual con sus dotes en el pentagrama y cuyas raíces cultivaban las letras y las poesías y mitigaban el silencio con las melodías, con expresiones y el sonido de una guitarra clásica, al ritmo del crujir de los dientes y el aroma de una pipa endulzada con miel, tabaco y pensamientos que se perdían en el horizonte, del que fue su padre Eliseo Amable Damirón Sánchez, alumno de Eugenio María de Hostos, Miembro de la Real Academia de Historia de París, periodista y escritor, al igual que su tío Rafael (Fello); todo esto, enmarcado dentro de una pequeña ciudad llena de contradicciones y extravagancias, donde se mezclaban los aires del barahona Sugar Company, con su hermoso campo de golf, aeropuerto privado, dos puertos de mar con una constante y variada infl uencia marina, que hicieron de estos grandes puertos de mar quizás el ambiente más cosmopolita de la región, visitado por viajantes comerciales, etc., y su pueblo blanco de las infl uencias características de los puertos de mar, barcos mercantes, buques de guerra, productos extraños, amistades y relaciones de ultramar; todo esto bajo la próspera infl uencia del Zar del Azúcar de esos tiempos en el Sur, Mr Kirbourne, y los Luis Del Monte y los Jaime Mota, de contrapartida criolla, los cuales formaban un mundo interesante.
FacetasEl cine, las veladas, el Casino, la radio, formaban parte del elenco soñador de un pueblo alegre, artista y romántico, cuyas inspiraciones navegan y se perdían junto a las prosas en los grandes anocheceres e inmensa luna y la lejanía de un amplio horizonte, que inspiraban a las Casandra, los Gracia, los Bello Cairo, los Coiscou y los Gautraeaux.
Muchos otros marcaron sus pasos al andar, hasta cruzar el puente Lucas Días hacia sus diferentes destinos.
La majestuosidad de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre hirió el orgullo nacional, provocando la vanidad de nuestra mulatería, nuestra historia y nuestras raíces, ante la ausencia del folclor, esto fue la chispa que motivó la fi bra artística y autóctona de Casandra, para darle rienda suelta a sus sueños de grandeza y plasmar en el escenario la esplendidez de nuestra riqueza folklórica, en un ballet estilizado, el cual revistió de los siguientes términos: “Si el folklor no se viste de gala y dignidad no se puede llevar al espectáculo, porque a pesar de ser lo puro, es pobre y nadie debe llevar ni enseñar su pobreza, la pobreza no es vergonzosa, pero en el mundo de los sueños y el encanto del espectáculo afecta y destruye la belleza. Nuestra riqueza autóctona, subyugante y rítmica, hay que vestirla de luces, lujos y oropeles”. Así pensaba ella, rechazaba la mediocridad y así lo llevó a cabo; no antes de haber observado la pureza básica de los bailes, ritmos y tradicionales y sus costumbres, todo eso revestido de la moral, conservando las líneas llevadas por las grandes fi guras y personalidades internacionales como sus homólogas Amalia Hernández de Méjico y Yolanda Moreno de Venezuela, con quienes mantuvo una buena relación, comunicación y afi nidad y cuyos éxitos y fama son inconfundibles y llenos de fama dentro y fuera de sus respectivos países.
Ella fue todo artista, trabajadora y luchadora, pero más que todo fue valiente, muy valiente. Orgullosa de su nacionalidad, de su región y costumbres y sobretodo de su mulatería; logró vencer el pánico que generaba el escenario agigantándose ante la competencia artística con la cual compartía.
Sin miedoSu personalidad y la fuerza de su carácter la hizo perderle el miedo al miedo, sin caer en la arrogancia.
Su humanidad la hizo compartir su grandeza con humildad y sencillez, sin egoísmos, queriendo hacer llegar sus experiencias y deseos a los demás, pero sobretodo a los sectores socialmente más necesitados; donde se confundían jóvenes de escasos recursos, de parejas de jóvenes provenientes de la sociedad; unos aprendiendo y otros disciplinando sus estilos en su escuela de baile en Bellas Artes y otros lugares no especifi cados por carecer de direcciones, pero que fueron fuentes de talento inimaginables, hasta las clases más exigentes del país y de las cuales siempre recibió las más grandes distinciones, conside raciones y respeto.
Su gran preocupación consistía en que la riqueza que ella entendía que podía brindar no pudiera llegar a todos por igual con la misma intensidad y anhelo que ella ambicionaba.
Con su gran discreción y tacto logró efectuar, sin el conocimiento de su entorno, desarrollar un programa de clases de amo r a lo nuestro, donde la pista era de tierra, el compás y el ritmo se marcaban con la cadencia y el entusiasmo, controlados por la elegancia de la postura y la disciplina y el orgullo varonil para lucir su pareja, haciéndola reinar dueña de la pista, con el calor subyugante generado por el sabor del ritmo de nuestra tambora, el guallo y la evolución de los cantares llenos de origen y mensajes del campo y sus tradiciones; todo esto como parte del mundo de sueños que bullían en su mente, de una República Dominicana llena de música, ritmos, encantos y colores.
Siempre supimos que era una mujer popular, querida y admirada por todos sin distinción, lo demostraba su paso por las calles y el trato y cortesía que le brindaban las gentes llenas de cariño, admiración y respeto; pero nunca pensamos que su misión había llegado tan profunda en las clases sociales del país, pues muchos de sus secretos sólo lo sabía ella y unos cuantos que la acompañaban y compartían sus inquietudes con discreción, hasta el día de su entierro (el cual ella describió con anterioridad en el 1946) y si no fue idéntico, fue lo más parecido. Fue una expresión desbordante que puso de manifi esto las bondades de un pueblo sano y noble lleno de emoción y lo cual nunca sabremos cómo agradecerlo. A su paso por el frente de la Voz Dominicana, vimos un niño desnudo que corrió desde el fondo de un callejón y le arrojó una fl or al carro fúnebre, regresando de inmediato a su redil. No pude tragar.
Luego en el camposanto, fue irrepetible lo que allí se desarrolló. Tal como ella lo hubiera querido. A su paso recibió las expresiones de este pueblo bueno, sano y noble en sus sentimientos internos y que es parte de cromosoma.
DE SU VIDA PERSONAL
En 1939, a la edad de 20 años, Casandra Damiron contrajo nupcias con Andrés Moreta, con quien procrea, pese a ser un matrimonio efímero, a José Andrés (Papito) Moreta Damirón.
Posteriormente en 1940 conoce al músico y director de orquesta Luis Rivera González con el cual contrae matrimonio en segundas nupcias el 4 de junio de 1948, procreando a Checheo Rivera Damirón. También tuvo a Luisa Rivera.
Hasta el final de sus días, Casandra Damirón se consagró a la formación artística de las nuevas generaciones dominicanas, siendo una excelente promotora del folklor.